LA GERENCIA MODERNA: UN ENFOQUE AXIOLÓGICO


Por: Dr. Omar Ojeda



la gerencia moderna


En este mundo de las estructuras gerenciales piramidales la competitividad y la lucha por sobrevivir en una posición induce a prácticas muchas veces contradictorias a lo que una postura ética exige. Hablar de gerencia induce a pensar en términos de liderazgo, capacidad para tomar decisiones, valores y ética. En una perspectiva mas especifica un gerente educativo, cuya práctica se oriente en un perfil ético puede ser exitoso precisamente por esa postura ética frente a aquellos elementos que intervienen en la toma de decisiones y particularmente por el ámbito en el cual se toma, donde el ejemplo que se dé es precisamente el referente que los estudiantes pueden asumir como propio. Pero en un sentido general, ¿Qué es la ética?

Para Brugger (1995) la ética es la explicación y fundamento filosófico del fenómeno moral. Como se puede observar ética y moral son dos palabras que van apareadas y en todo caso sirven para introducir la pregunta sobre lo bueno. Escobar (2004) la define en función de su objetivo como la “disciplina filosófica que estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad”. El andar filosófico de la ética se inicia con pensadores muy importantes de la antigüedad dentro de los cuales destaca Sócrates, quien expresa que la vocación de la ética es hacer mejor a la polites y por éste camino a la polis, resaltando con ello las implicaciones sociales de la misma (Ramis, 2005) y Platón cuya teoría ética descansa sobre la suposición de que la virtud es conocimiento (Escobar, 1990). En todo caso, ellos inician la reflexión sobre la posibilidad de encontrar un criterio racional con el cual distinguir lo verdaderamente virtuoso de la apariencia de bien.

En lo que a la definición de la ética se refiere, Cortina y Martínez (2008) sostienen que la ética es una rama de la filosofía que se dedica a la reflexión sobre la moral, por otra parte, es un tipo de saber que intenta construirse racionalmente, utilizando para ello el rigor conceptual, método de análisis y de explicación propios de la filosofía. Como reflexión acerca de cuestiones morales, la ética pretende desplegar conceptos así como argumentos, los cuales permitan comprender la dimensión moral de la persona humana, en cuanto tal dimensión moral, es decir, sin reducirla a sus componentes psicológicos, sociológicos, económicos o de cualquier otra índole, (aunque de hecho la ética no desconoce que los mencionados factores condicionan de hecho el mundo moral).

Siguiendo en el mismo orden de ideas, para García (2009) la ética es la ciencia filosófica que estudia los actos humanos en cuanto fin último del hombre, al comportamiento voluntario del hombre y la sociedad se le denomina moral del individuo o de los grupos sociales, por otra parte a la reflexión filosófica acerca de la moral se le denomina ética o filosofía moral. Ningún ser humano se escapa del ámbito moral, todos sus actos poseen una calificación moral, bien sea para bien o para mal. Pero, por otra parte, existe un criterio científico capaz de determinar la conducta moral a través de ciertos principios universales e intemporales, los cuales son aplicables a todos los hombres de cualquier época o zona geográfica.

En consecuencia, es pertinente mencionar que, según Debeljuh (2009), la ética es un tipo de saber práctico, que se preocupa por investigar cual debe ser el fin de la acción, para que la persona pueda decidir que hábitos ha de asumir, como ordenar sus metas intermedias para alcanzarlo, cuáles son los valores que la orientan, qué modo de ser o carácter incorpora, con el objetivo de obrar con prudencia, es decir, tomando decisiones acertadas.

Por su parte, a criterio de Ruiz ( 2013):

La ética es una rama de la filosofía que se ocupa del estudio racional de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir. Requiere la reflexión y la argumentación. La ética estudia qué es lo moral, cómo se justifica racionalmente un sistema moral, y cómo se ha de aplicar posteriormente a nivel individual y a nivel social. En la vida cotidiana constituye una reflexión sobre el hecho moral, busca las razones que justifican la utilización de un sistema moral u otro. Una doctrina ética elabora y verifica afirmaciones o juicios determinados. Una sentencia ética, juicio moral o declaración normativa es una afirmación que contendrá términos tales como “bueno”, “malo”, “correcto”, “incorrecto”, “obligatorio”, “permitido”, entre otros, referidos a una acción, una decisión o incluso también las intenciones de quien actúa o decide algo.

Al margen de su valor histórico y práctico, las definiciones éticas anteriormente señaladas se presentan con el propósito de destacar su heteronomía, es decir, su fundamento en la premisa sustentada de que la obligación moral se impone como algo proveniente del exterior, bien sea Dios o la propia naturaleza. De igual manera pueden ser tipificadas como éticas materiales, es decir, establecen un contenido de la acción moral que se explicita en forma de imperativos hipotéticos, del tipo: “si quieres X debes hacer Y”, donde Y es la acción ética y X representa el bien, fin o valor determinado llámese el bien, la felicidad, el placer, Dios.

Ahora bien, tomando en consideración lo supraseñalado, a los efectos de este ensayo, la ética consiste en un saber filosófico-práctico necesario para guiar el comportamiento humano hacia el bien, entendido como aquello que hace más humano al ser en su rol de persona. En este sentido, esta ciencia debería ser un componente fundamental tanto al momento de realizar la planificación de los procesos y estrategias gerenciales, como a la hora de llevar a cabo dichas estrategias, con el propósito de establecer mecanismos éticos de gestión, los cuales permitirían el pleno desarrollo operativo de los valores a lo interno de cada organización, fomentando así en ellas la esencia en donde el clima favorezca el desarrollo del bien común.

Entendiéndose el bien común tal como se contempla en el documento Gaudium et Spes (Concilio Vaticano II, 1965); en el cual se plantea que el concepto del bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su propia perfección.

Por otra parte, es preciso mencionar que De Aquino (1969), definió el bien común como “el bien supremo de la comunidad (bonum commune)”. Además, Höffe (1994) se refiere al bien común como un principio fundamental de la ética social, en el ámbito de la sociedad civil y del estado, en tanto que el principio de decisión en el marco general de la realización de la justicia, el bien común debe servir indirectamente para la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de los miembros de la sociedad.

Ahora bien, es importante destacar que, según Montuschi (2007), en la interrelación de los individuos con la sociedad, gobierno, y las organizaciones existen cuatro valores fundamentales inherentes a la persona humana, cuya práctica permanente conlleva al bien común así como a la mejora personal del sujeto, estos valores son los siguientes:

La verdad: la cual permite que la convivencia entre las personas dentro de la comunidad sea ordenada, fecunda y conforme a su dignidad como persona, de acuerdo a los requisitos que demanda la moralidad.

La libertad: el derecho al ejercicio de la libertad constituye un deber inseparable de la dignidad de la persona humana, el cual debe basarse en lazos recíprocos dentro de los límites fijados por el bien común, las leyes y la responsabilidad individual.

La justicia: es una de las virtudes cardinales, significa dar a cada a persona lo que es debido, se basa en la voluntad de reconocer al otro como persona.

La caridad: es el criterio supremo y universal de toda ética social, debido a que los valores de verdad, libertad así como el de justicia nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad. La caridad presupone y trasciende la justicia porque esta por sí sola no es suficiente para regular las relaciones entre los hombres.

A efectos del autor del presente ensayo, el bien común consiste en el establecimiento voluntario por parte de todos los actores de la sociedad actual, gobierno, empresa, organismos sociales, educativos, religiosos, entre otros, de las condiciones básicas necesarias que permitan o garanticen a todos los hombre sin excepción, el logro de una vida digna en todos los aspectos de la existencia humana. Dentro de este contexto, se vislumbra que para el logro del bien común, es necesario el desenvolvimiento de estos actores en un contexto social enmarcado por la práctica de valores éticos.

Los valores éticos son los medios adecuados para que el ser humano logre sus finalidades. Así, se diferencian dos tipos de valores, los que se denominan finales (objetivos existenciales) y los valores instrumentales (medios operativos para alcanzar los valores finales) (García y Dolan, 1997). Sin embargo, en el caso de los valores éticos, éstos se encuentran clasificados como instrumentales y a la vez finales (tal como lo muestra la Tabla Tipos de Valores), y es que a través de valores ético-instrumentales como el respeto de los derechos humanos y la responsabilidad, por ejemplo, pueden alcanzarse objetivos existenciales (valores finales-éticos) como la justicia social y la paz.




Según García y Dolan (1997), “los valores éticos son estructuras de nuestro pensamiento que mantenemos preconfiguradas en nuestro cerebro como especie humana de cara a nuestra supervivencia”. Las personas actúan en consecuencia del sistema de valores que poseen, los cuales se constituyen y aprenden básicamente durante la infancia y la adolescencia a través del aprendizaje social, en el cual utilizamos los modelos obtenidos de padres, maestros y amigos“

Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su alrededor, los otros hombres, él mismo. Sólo en vista de ellas puede preferir una acción a otra, puede en suma, vivir” (Ortega y Gaset, 1973), y estas convicciones a las cuales se refieren los autores, son los valores.

Es por ello que la relación de las organizaciones con la sociedad obtiene un mayor significado ante el reconocimiento mutuo de obligaciones y responsabilidades que van más allá de las que se derivan del estricto cumplimiento de la normativa legal, o de la simple producción de bienes y servicios, aun cuando éstos se encuentren plenamente justificados. Esto es coincidente con los señalamientos de Lozano, (Argandoña, 2005) cuando se refiere a la empresa como una “institución económica, pero al mismo tiempo sociológica, cultural, política y ética (…) estudiada por diversas disciplinas en términos de eficiencia; pero también de poder, conflicto, legitimidad, demandas sociales, sentido y cultura”.

La transición organizacional hacia un nuevo modelo de convivencia y desarrollo, conlleva de forma implícita el gradual desmoronamiento del paradigma tradicional que sustentó el pensamiento y la praxis gerencial que caracterizó el siglo XX, el cual ha estado fundamentalmente orientado a la búsqueda del beneficio económico, al ser considerado éste como la razón y el sentido de la actividad empresarial.

De ahí, la eterna lucha entre las convicciones y las responsabilidades; convicciones que devienen de la autonomía e indivisibilidad del ser humano en cuanto a la supremacía de sus fines; y responsabilidades, cuya naturaleza dialógica obliga a recurrir a la fundamentación racional de los intereses y las intenciones propias frente a los demás; entendiéndose, en consecuencia, que el carácter social del hombre sólo podrá mantenerse en un clima de apertura a nuevas verdades y realidades que, sin ser opuestas a la tradición, sean representativas del momento socio-histórico en el que transcurre; tiempo marcado por el predominio de la dimensión tecno-económica en detrimento de la dimensión moral de la cultura, pero además caracterizado por la irrupción de nuevos signos de rechazo a la exclusión y a la violencia simbólica que tras el persistente intento de homogeneizar culturas, neutralizar voluntades y prevenir conductas contrarias a los intereses de las coaliciones dominantes, sintetizan la debilidad moral de la época actual.

Así, la humanización organizacional, mediante la búsqueda de la convergencia ética en la pluralidad moral, se constituye en el mayor desafío de la gerencia contemporánea y le plantea cuatro grandes retos: a) internalizar y asumir como ciertas, las tendencias económicas, sociales, culturales, políticas y tecnológicas que afectarán la actividad empresarial en su nuevo papel de remoralizador social; b) aceptar el progresivo desmoronamiento de las bases filosóficas en las que se sustentó el devenir histórico de la empresa, desde la aparición del pensamiento ilustrado y la razón técnica instrumental como sustento de la toma de decisiones; c) modificar los patrones de pensamiento y acción sobre la dinámica gerencial y de los negocios en un escenario de complejidad; y d) garantizar la continuidad operativa de la organización durante las sucesivas etapas de transición, a fin de asegurar la coexistencia de modelos paradójicamente divergentes.

Lo anterior no deja lugar a dudas sobre la necesidad de incrementar el sentido ético de la acción gerencial. Tal como lo planteó Donaldson (2004) en su teoría sobre el capital ético de las naciones, las ventajas económicas surgen en un ambiente en el que las personas se comportan éticamente, no tanto por considerar la ética como un valor meramente instrumental ó teleológico, sino como intrínseco del propio ser. Aunque Donaldson emula la obra de Porter y contextualiza su postura a las naciones en su conjunto, la esencia de sus planteamientos es aplicable al contexto empresarial, tal como en su momento lo fue el pensamiento porteriano de la competitividad.

De los planteamientos anteriores se desprende que en el plano ético, el abandono de las actuales prácticas gerenciales, al parecer supone la superación de cuatro grandes debilidades que se hacen evidentes desde el momento en que la organización llega a cuestionar la necesidad de un cambio sustancial en la forma de gestionar sus actividades: 1) la debilidad para asumir públicamente la responsabilidad ética por las decisiones adoptadas y los resultados obtenidos; 2) la debilidad para defender la utilización de los medios disponibles y argumentar la validez de los principios en los que se sustenta la transición; 3) la debilidad para encontrar un modo de actuación congruente con el paradigma de la complejidad, ante las divergencias culturales que existen entre la organización, los distintos grupos sociales y el resto de micro-ambientes con los que se interrelaciona; y 4) la debilidad para desprenderse del poder y la racionalidad técnico-científica como instrumentos de decisión.

Todo parece indicar que el marco ético que deberá sustentar los esfuerzos de transición hacia un marco de pensamiento postconvencional, solamente podrá configurarse desde la óptica de moralidad, sin que esto signifique el abandono de la razón práctica. No obstante, la actual concepción ética de las organizaciones hace que persista un subjetivismo monológico para la toma de decisiones que es antagónico con la realidad postmoderna, requiriéndose la ruptura cultural en el contexto gerencial para adoptar una nueva forma organizacional con alta expresividad ética, materializable en términos de un mayor equilibrio reflexivo entre responsabilidades económicas y sociales, la dotación de nuevos y ampliados espacios de libertad entre sus miembros, y un estilo decisional sustentado en el diálogo con los grupos de interés, como medios para asegurar la vigencia ética de la gerencia en su rol de remoralizador social, con lo que se evidencia la existencia de un problema complejo en el ámbito gerencial que merece su tratamiento y discusión desde una óptica científica.

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